miércoles, 4 de mayo de 2011

Los sonidos del bosque

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                      Foto de Ana Guirao: http://www.flickr.com/photos/guiraogato/

Cariño mío,

Hasta hace muy poco creía que los rumores del bosque se desvanecían en el aire, como las gotas de la lluvia en el agua remansada de un lago o en un charco, pero una experiencia exquisita hizo que cambiara de opinión, una experiencia que ahora te voy a contar, Gilito.

En uno de mis paseos por la Sierra, y al lado de un pequeño riachuelo, hallé un árbol cuyo enorme tronco estaba cubierto de musgo, de pequeñas plantas y de líquenes. Ese árbol desprendía fuerza y energía, y me entraron unas enormes ganas de abrazarlo. Bueno, eso de abrazarlo es un decir, pues ya sabes que soy chiquitita y mis brazos extendidos apenas alcanzaban a una sexta parte de su diámetro, así que me limité a apoyar mi cuerpo contra su tronco y a hundir mis manos y mi rostro en la blandura deliciosa y húmeda del musgo que lo recubría.

Y fue entonces, fue entonces cuando empecé a escuchar una mezcla de delicados sones cuyo origen no acertaba a discernir... Me giré pensando que alguien provisto de un transistor se acercaba, pero no, seguía rodeada de soledad.

Puse ambas orejas en contacto directo con todos los puntos del diámetro del tronco arbóreo y entonces distinguí el goteo de la lluvia en el suelo, crujidos de hojas secas, el toc-toc de los golpes de pájaros carpinteros, cantos de aves, quejidos de animales moribundos, chasquidos de ramas heridas por los rayos, arrastrar de piedrecillas, pasos de hormigas...

Estaba maravillada, y escuchando escuchando atentamente y con los ojos cerrados, me di cuenta que los sonidos del bosque estaban allí guardados, almacenados en un orden determinado y perfectamente clasificados en una especie de anillos que circundaban todo el perímetro del árbol.

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    Foto de Ana Guirao : http://www.flickr.com/photos/guiraogato/

Los de los pájaros estaban en la parte más alta, junto a las ramas. Además de sus cantos se podían escuchar sus aleteos, su entrechocar de picos, el cruzamiento de ramitas al hacer sus nidos, el sordo ruido de los huevecillos al caer en el fondo plumoso de los mismos, los chillidos de los polluelos recien nacidos... No todos los sonidos eran idílicos, desgraciadamente y también los había trágicos, pues trágico era que algún zorro o gato montés se comiera crías o adultos tullidos o despistados... Percibí huesecillos que se quebraban, músculos que se desgarraban, picos que se quebraban, plumas que se desprendían y caían...

A media altura se podía oír los pétalos de las flores al abrirse, los zumbidos de las abejas, las voces de los paseantes, gesticular de manos, balidos de cabras y ovejas, ladridos de perros, deslizarse de hormigas por los troncos, vuelos de mariposas, ruido de navajas al grabar tequieros adultos y adolescentes en las cortezas...

Y en la parte de abajo, en la más próxima al humus del bosque, los sonidos eran muy intensos... El primero que se captaba, pues estaban muy mezclados, era el de las aguas... aguas, sí, en plural, porque había la del riachuelo y la que recorría las capas freáticas bajo tierra; después se percibían ruidos sordos de pasos, de crepitar de hojas, de piñas tiradas por las ardillas, estrellándose en el suelo... El trajín que hay en los hormigueros y el de los topos al excavar sus galerías también eran audibles, fíjate hasta que punto el árbol distinguía!!

Como no estabas a mi lado y no sabía si cuando pudiera volver contigo (sí, ni que sea a rastras algún día te voy a llevar, jeje) los sonidos estarían todavía en el interior del árbol, pensé en grabarlos, pero éso, según me dijo un ermitaño que por allí vivía y encontré más tarde, no era posible. Y no lo era porque el árbol sólo permite que sean audibles para quienes se abrazan a él y desean estar en comunión con él y con la naturaleza en general.

Seguramente nuestros BD hubieran inventado alguna cosa pero yo no supe hacerlo, cariño. Después de discurrir un rato largo, lo único que se me ocurrió fue regresar al lado del árbol para abrazarme de nuevo al tronco e intentar almacenar sus sonidos en mi corazón.

Así que ahora, convertida yo en una especie de fonoteca forestal, lo que tienes que hacer es cerrar los ojos y abrazarte a mi pensando que soy esa encina que tenemos en propiedad... y entre latido y latido de mi corazón seguramente los podrás escuchar, porque yo los oigo dentro de mi...

Y mientras me abrazas muy fuerte, muy fuerte, te acariciaré el pelo con infinita dulzura y te susurraré “Buenos Días, Buenos Días, Javier!”

          Foto de Pilonga : http://www.flickr.com/photos/__matilde_/with/5753697137/

1 comentario:

  1. Que bien escribes, me encantan tus relatos siempre cargados de amor....

    Besos

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