martes, 24 de agosto de 2010

El río de oro

Chocolate e caramelo...
Foto de Zéza Lemos : http://www.flickr.com/photos/zezafsrm/with/4760440993/


Cariño mío,

En el colegio te enseñarían que el río Duero significa Río de Oro, río d'ouro, en galego... pero no te voy a hablar de ese río, entre otras cosas porque no lo conozco.

Te voy a hablar de un río de oro de verdad, o, al menos, eso me parecía desde el lugar en donde estaba, la Estación Orbital. Sí, sí, cariño, antes de conocerte yo andaba dando tumbos por el espacio exterior, haciendo fotos de nuestro planeta para la Nasa y para el Google Earth. Que no te lo había dicho nunca? Pues que raro,no? Tendría todavía mi cabeza en las nubes, jeje...

Bueno, pues ya lo sabes. Estaba en el cielo orbitando, dando vueltas como una noria, como un meridiano más, como la trayectoria de los átomos en un electrón...

Gran trabajo era ése, me encantaba, pero al final me mareaba mucho, Gilito, estaba siempre mala y sólo causaba problemas... Pedí que disminuyeran la velocidad de la nave pero eso era imposible, me dijeron, y me invitaron a dejarla, con indemnización, por supuesto. Se me hace raro que no te lo haya contado...

Bien, al grano, al río de oro, que es a lo que vamos, a lo que quiero ir...

No te creas que hacía yo las fotos con una camarita, no. Manipulaba telescopios que sobresalían como antenas de la nave, como espinas de un erizo... Lo de los satélites vino después, pero yo utilizaba un proceso, por decirlo así, manual, que me permitía ver todo lo que iba a fijar para la posteridad.

Estaba sobre América del Sur, concretamente sobre la Amazonia, cuando lo vi. Brillaba como el mismo Sol, incluso pensé que un rayo del mismo trazaba dibujos sobre aquel verde feraz y matizado del que se escapaban, de pronto, bandadas de colores, ya fueran mariposas o pájaros cantores...

Aproximé las vistas, utilicé el zoom, y vi que lo que brillaba era... agua? oro? agua dorada? Lo cierto es que unos indios en canoas navegaban en esa luz licuada. Negro y oro. Siluetas. Al final sólo veía siluetas pues el brillo casi me cegaba y ningún filtro de los que ponía lograba que lo viera de otro modo.

Para mi suerte, en una de las órbitas la inclinación de la nave cambió ligeramente y pude ver lo que ahora, Gilito mío, vas a ver tú si cierras los ojos e intentas imaginar. Cierra los ojitos, así, y aprovechas y los descansas...

Esta vez pude ver que el río, en su discurrir, atravesaba como un lago con muchas chozas en una de sus orillas. Eso no era nada raro, pero sí la inusitada actividad que se percibía. Unos indios extraían agua del río en unos cubos, la transportaban hasta una enorme choza y... claro, no se podía ver lo que hacían dentro, pero era muy fácil suponerlo, porque luego... luego salían otros indios empujando esculturas de oro transportadas sobre lechos de hojas con ruedas de troncos!!

Después colocaban estos lechos sobre grandes balsas hechas de juncos y las esculturas de reyes o de dioses, con incrustaciones de obsidiana, eran transportadas río abajo, custodiadas por guerreros de otras razas (seguramente los compradores) con tocados de plumas y algún que otro sacerdote con pectorales que así lo acreditaban.

Acerqué el zoom mucho más, mucho más, al máximo llegué, y entonces me di cuenta de que lo que estaba viendo era ni más ni menos que “los talleres” de El Dorado, la ciudad que brillaba como una joya unos kilómetros más allá, en un calvero de la selva!!

Sí, sí, cariño, sin lugar a dudas era El Dorado mítico de dónde salían todas las joyas y objetos reales y rituales codiciados por los exploradores, quienes nunca lo encontraron!!

Aquel río era de oro, ahora estaba claro. Por eso las riquezas de aquel pueblo nunca se agotaban!! No tenían más que extraerlo, puro, purísimo, y ponerlo en moldes de cera o de madera de caoba, que la selva estaba llena de esos árboles y también de abejas.

Además de utilizarlo para sí, lo exportaban. Los toltecas, los olmecas, los mayas, los incas...todos los pueblos limítrofes, incluso de más allá, eran sus clientes. Como oro no necesitaban, los habitantes de El Dorado cobraban su trabajo con semillas de flores o de frutas más exóticas que las que poseían, caracolas preciosas de la mar, pescado seco o piedras de lapislázuli...

Intenté buscar las fuentes de ese río de oro pero no logré encontrarlas. Supongo que las tienen muy muy escondidas, y hacen bien...

Cuando conté todo ésto no me creyeron. Ni mostrando las fotos me creyeron, Gilito. “El Dorado” repetían mientras se reían... “Un río de oro puro”... y me miraban con expresión de burla...

Si viajé en el tiempo no lo sé... Si así fue, a posta no lo hice. Quizás mi cerebro o mi vista se alteraron por culpa del tiempo que llevaba viajando por el espacio... Por eso quizás me mareaba tanto, por eso quizás me hayan indemnizado...

Yo no sé si tú me vas a creer... No tengo ninguna foto que demuestre la existencia de El Dorado porque todo el material obtenido no me pertenecía y lo tuve que dejar.

Algunas fotos (con sus coordenadas GPS), las más comprometidas, las hice desaparecer antes de mi partida, para preservar este lugar mítico. Creo que cumplí con mi deber.

Ya te he contado una parte de mi vida que no conocías, ya te he hecho descansar un ratín, así que vete a trabajar, ala, que ya es hora, jeje

¿Que te falta algo? Qué? Ahhhhhh, sí, es verdad, que despistada soy, hay que ver... Olvidaba que no quiero que te vayas sin besarte y sin decirte “Buenos Días, Buenos Días, Javier!”

No hay comentarios:

Publicar un comentario