domingo, 12 de septiembre de 2010

Escalera de caracol

Abadía de Melk
Foto de Capità Haddock : http://www.flickr.com/photos/49893803@N06/

Cariño mío,

La organización de la Misión Comercial Inversa Hispano-Austríaca nos invitó ayer por la tarde a una recepción en la Sala del Emperador de la Abadía de Melk. Yo estaba muy interesada en ir por varias razones extra comerciales. La principal era que me dejarían visitar también su fabulosa Biblioteca, que atesora ejemplares únicos y algunos incunables, y la segunda que tendría la posibilidad de subir por la magnífica escalera de caracol a través de la cual se accede a las dos estancias anteriores. Esta escalera tiene una espiral perfecta, es famosa por su belleza y fue una gozada subir y bajar por ella repetidas veces.

Como no me fue posible hacer fotos (no era el momento!) solicité permiso para ir hoy, y, de paso, llevarme de ayudantes a tres BD que estaban como locos por bajar deslizándose por el pasamanos de la famosa escalera, que habían visto en una revista... Pero hoy, en la abadía, ha sucedido algo sumamente raro que ha impedido que lleve a cabo mis planes fotográficos. Y me tengo que considerar afortunada de no haber estado allí cuando ocurrió lo que ocurrió, porque ahora no podría estar yo aquí hablando por teléfono, contándote ésto...

Esta mañana llovía copiosamente. Me fastidiaba conducir con agua pero más me fastidiaba el hecho de que la oscuridad del día no dejara entrar la luz natural que realzaba la escalera... Con luz o no debía ir sí o sí porque mañana finaliza mi estancia en Austria, así que allí que me fui... Me percaté de que algo sucedía ya en la carretera, pues había mucho movimiento de policía, ambulancia y bomberos, pero pensé que éso era debido a los accidentes que acostumbran a producirse en un día así... Pero cuando llegué a la explanada de la Abadía encontré que habían furgonetas de las fuerzas de seguridad cerrando el paso.

Cuando pregunté qué pasaba y cuándo iban a franquear el paso, me dijeron que no lo sabían, que ellos cumplían órdenes y que sería mejor que me fuera porque seguramente había para largo...

Aparqué donde pude y me dispuse a esperar. Nuestros BD, intrépidos e inquietos como ellos solos, ya lo sabes tú, me dijeron que iban a llegar a la abadía cruzando a pie el frondoso bosque que la rodeaba, ya que ardían en deseos de curiosidad por saber qué pasaba...

Cuando volvieron su cara era un poema... Lo que averiguaron es mágico y tremendo a la vez... escucha y califica este hecho tú mismo, Gilito, porque vamos...

Los turistas que en ese momento se hallaban en la escalera para acceder a la Biblioteca que yo visité ayer no tuvieron tiempo de reaccionar... Los peldaños que subían se empezaron a arrugar, las paredes adquirieron consistencia babosa y los empezaron a aprisionar ... Mientras sus gritos se apagaban, ahogados en aquella masa informe y gris-verdosa, la escalera, completa, se separó del edificio con gran estruendo convertida en un gigantesco caracol... Este gigantesco caracol-escalera o esta escalera de caracol que ha cobrado vida, se desplaza deprisa. Hasta ahora ni la policía ni el ejército lo ha logrado detener porque se defiende con los cuernos o se encierra en su dura concha, imposible de romper.

Imagino que esta noche los técnicos en emergencias o los Geos habrán encontrado ya una solución, pero por ahora la situación está así: 21 turistas finlandeses desaparecidos y la abadía de Melk sin su famosa escalera de caracol... El agua del cielo entra a raudales por el agujero vacío que ha dejado la desaparición de la escalera y un regimiento de zapadores está haciendo lo imposible para taparlo cuanto antes, pues los incunables y el resto de volúmenes de la Biblioteca corren el riego de estropearse...

El acceso de la prensa y de las televisiones está prohibido porque si se difundiera lo acaecido se podría crear alarma social. Aparte de las fuerzas del orden y de los monjes, sólo tú y yo sabemos lo que realmente ha sucedido. Y lo sabemos gracias a la curiosidad de los tres BD que me acompañan.

Por cierto, están aquí a mi lado dándome la vara todo el rato pidiéndome el auricular. Espera un segundo, Gilito, que te los voy a poner... Además de explicarte con más salsa lo que vieron y descubrieron, se están muriendo de ganas de decirte “Buenos Días, Buenos Días, Javier!”



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