miércoles, 8 de septiembre de 2010

Nevaba...











Cariño mío, 
Aparté los visillos para mirar el cielo antes de ir a dormir y vi que estaba nevando. No era una nevada copiosa, de esas a las que tú estás acostumbrado, sino una “más mediterránea”, más suave, seguramente, por su proximidad al mar.

Como había estado un rato contemplando absorta como caía dulcemente la nieve frente a la luz de las farolas, al acostarme y cerrar los ojos todavía “veía” nevar en mi interior unos copos luminosos...

Y nevó y nevó y siguió nevando sobre mis ojos y mi cuerpo se inundó de nieve, y mi cama se volvió una meseta en la que mi nariz, los dedos de mis pies y los gemelos picachos de mis pechos se erguían en medio de la blancura como si fueran montañas nevadas... 

Y mis orejas y mi ombligo lagos helados eran y en mi cabeza nacía un río de cabellos que se perdía en el horizonte, entre la espesura de los azules bosques lejanos...

Aunque no había perdido la consciencia de mi misma, no podía moverme, pero me veía como si estuviera fuera de mi misma, en otro plano astral. Me había convertido en una mujer de hielo por dentro y de  nieve por fuera... Sería yo acaso la encarnación de la Reina del Invierno? Podría ser una idea muy poética pero empecé a tener miedo, mucho miedo, a quedar de aquella manera, como congelada, para siempre...

Me tomaría acaso, quien me viera, por una obra de arte de vanguardia o por una representación de la frialdad humana? Qué era yo? Un cuadro, una escultura, una imagen holográfica? Por cuánto tiempo iba a permanecer en ese estado? Y si sólo estaba soñando?

Pasaban las horas, o lo que yo creía tiempo, y la desazón se iba apoderando de mí mientras nevaba y nevaba y nevaba...

Y empecé a recordar que a veces, en los cuentos, aparece un príncipe y con uno de sus besos retorna la vida de las princesas muertas... “Yo no soy princesa, quien se apiadará de mi?” estaba pensando, cuando de pronto noté una especie de cosquilleo...

No apareció ningún príncipe, no, sino unos diminutos BD, bien pertrechados contra el frío y equipados con picos, que empezaron a horadar mi superficie...

Cortaban bloques de hielo, muchos bloques de hielo y me vi a mi misma desmembrada... Mis brazos iban en un trineo, mis pechos en otro, junto con las piernas, y así todo mi cuerpo... Sólo mis cabellos se quedaron allí, en aquel paisaje, dibujando en negro un río de rizos... Y aún así, a trozos, yo era un ente con plena conciencia de si mismo! Qué cosas, no, Gilito?

Hicimos un largo viaje o, al menos, eso me pareció... Cuando llegamos a nuestro destino, nuestros BD empezaron a dar forma a los bloques con unos pinchos que no sé como se llaman y con sopletes... y luego los pulieron y los dejaron finos como el cristal.
La obra resultante la pusieron en tu jardín. Y cuando tú lo cruzaste para verificar si el frío había causado muchos estragos en la vegetación, te diste cuenta que había unos bloques apilados cerca del muro norte y te acercaste.


Y allí, delante de ellos, pudiste ver que alguien había esculpido “Buenos Días, Buenos Días, Javier!”.

Lo curioso es que en cada bloque distinguías difuminadas formas humanas y eso hizo que las tocaras, que las acariciaras...
Y entonces sucedió... Los lóbulos de mis orejas, mis rodillas, mis pezones, mis mejillas, mis piernas, mis dedos, mi ombligo... todo, todo empezó a cobrar vida! Y por arte de birlibirloque el hielo se deshizo y entre las letras aparecí yo...Menudo susto te llevaste, Gilito, jaja!

Ahora me río, y tú también, aunque en su momento no lo hicimos pensando en todo lo que hubiera podido suceder si tú no hubieras tocado con tus manos mis manos y mis pies.... Ahora sólo recordamos que estuve a punto de perecer entre unas letras de hielo que decían “Buenos Días, Buenos Días, Javier!”

No lo soñé, verdad que no?

No hay comentarios:

Publicar un comentario